La fatiga pandémica lleva tiempo pasando factura, y es posible que el cansancio, la desmotivación y la apatía se hayan instaurado en tu vida. Por no hablar de otras emociones más intensas como la ira, la tristeza o el miedo.
Hasta aquí, estamos en sintonía. La crisis sanitaria y la fatiga pandémica son un tostón.
Estás pasando más tiempo en redes sociales, y no dejan de aparecerte anuncios vendiéndote «felicidad», «crecimiento personal», «lograr tus metas y objetivos», «liberarte de tus pensamientos limitantes», etc. Y ahí vas tú. Pinchas, lees, haces cursos, rellenas listas con colorinchis.
Pero, ¡ay! ¡La situación no cambia! Te sigues encontrando mal, por mucho que te esfuerces. El trabajo sigue sin aparecer, el dinero es el que es, el malestar sigue atenazándote la garganta. Tu solución: seguir intentándolo. Sientes cada vez más frustración, más rabia, más inadecuación. «¡Esto tendría que funcionar!», te dices. Te enfadas, te frustras, te desanimas aún más. Consultas a la persona, la web o el libro que te prometió esos resultados tan maravillosos en tu vida, y la respuesta va en dos sentidos: o que no lo estás deseando de verdad (tócate el moño), o que no lo estás haciendo bien (tócate el moño por dos). Tu culpa, vaya.
Y entras en barrena.
Déjame contarte un secreto: todas estas emociones negativas asociadas a la pandemia que estás sintiendo no son disfuncionales. Estamos viviendo un momento histórico, una situación atípica, y es normal responder como lo estás haciendo.
El fallo de todas estas fórmulas de felicidad casi inmediata está en que obvian la información y los determinantes contextuales (la pandemia, el miedo al contagio propio o de las personas a las que queremos, el aislamiento social, el cambio de rutinas, las dificultades económicas, etc.). Así que, si quieres sentirte un poquito mejor, lo que puedes hacer tiene que ir orientado a otra parte de la cadena de condicionantes que te provoca malestar. Esto es: no puedes cambiar los antecedentes (¡quién pudiera sacarnos YA de la pandemia!), pero sí puedes cambiar las consecuencias. Dado que las emociones, pensamientos y conductas que estás experimentando por la situación en la que estamos son normales y funcionales, te toca exprimirte la cabeza para ver cómo respondes ante ellos. Si te pones triste porque echas de menos a tu familia, o te aburres porque quieres viajar, en lugar de reñirte, o mandarte mensajes del tipo «vaya mi**da de situación» (ojo, que lo es), tal vez quieras probar a hacer algo distinto. Cualquier cosa. Bailar. Cantar. Cocinar. Leer. A ver si cambia algo.
- Entender la desmotivación que puedes estar sintiendo como respuesta a la crisis sanitaria.
- Comprometerte como parte de la solución. Esta es fácil: si te pones la mascarilla (bien puesta y tal), te lavas las manitas, mantienes la distancia de seguridad siempre que sea posible, y respetas las directrices que nos van poniendo, estás ayudando a que la crisis dure menos, lo que se traduce en una menor duración de esta fatiga pandémica. Esto, en todos los contextos (personal, familiar, laboral, académico o deportivo).
- Intentar llevar una vida lo más normalizada posible, dentro de las restricciones (amigos y amigas de la hostelería, esto seguramente sea lo más difícil en vuestro caso).
Desde aquí también me gustaría darte el empujón que puedas necesitar para (además de hacerle caso a la OMS, faltaría más) cuidarte a nivel físico y emocional algo más de lo habitual. Si te encuentras mal, por favor, no acudas a servicios de coaches, ni a terapeutas que saben lo justito de comportamiento humano, ni confíes en pseudoterapias magufas. Estamos en una pandemia. Por favor, de esta hay que salir con vida, y a ser posible cuerdo o cuerda.
Te mando ánimo y fuerza.
¿Te ha parecido útil? Ayúdame a ayudar a otras personas compartiendo esta publicación.